“Los adolescentes corren un gran riesgo de acabar depredados por las redes sociales”

Publicado por: Manuel Abreu Ortiz - social@manuelabreuo.com

Todas las redes están anunciando cambios similares incitando a una relación más íntima, directa e instantánea. Buscan tu atención, pero también atrapar un cambio social

Ha sido un goteo constante en los últimos años. Tras el éxito inicial de Snapchat y el posterior calco de Instagram, todas las redes sociales, incluso ‘apps’ que no lo son, como Spotify o el periódico Marca, se han lanzado a probar las llamadas ‘stories’, pequeños clips cortos, que se eliminan en 24 horas y en los que se ayuda a una comunicación más cercana o íntima y continuada. Hay, obviamente una razón de producto y negocio, una carrera en busca de más tiempo de uso y atención, pero también un cambio de hábitos de consumo. Tras años de hegemonía de Facebook o Twitter, el mundo de las redes comienza a cambiar y se empiezan a estudiar las razones. La pandemia ha servido como acicate para este cambio, pero no es lo único.

Uno de los investigadores que tratan de entender estos cambios sociales que condicionan, a la vez que provocan, las redes sociales es el sociólogo Iago Moreno. Este joven que ya se encuentra dentro la Generación Z o ‘centennials’ (nacidos entre la segunda mitad de los 90 y la primera de los 2000) ha escrito distintos artículos y estudia el uso de plataformas como TikTok como espacios para el cambio social, político o cultural, sin olvidar la desinformación o la propaganda. Pero también todo lo que genera el mundo digital en nuestras sociedad, y en las generaciones que vienen.

PREGUNTA. La explosión de TikTok, la aparición general de Twitch y Discord, esa impresión de hartazgo con redes como Facebook, el cambio de uso en WhatsApp, Zoom, la pandemia… ¿Crees que en este 2020 se ha visto un cambio real en el uso de las redes sociales y cómo nos relacionamos con ellas?

RESPUESTA. El cambio es permanente y muchas veces sutil, pero este año 2020 hemos vivido de forma más directa sus oleadas. Quizá, al principio, en la era de Facebook y Tuenti, pensamos que se trataba de procesos lineares de “selección natural”, un simple duelo por ver qué redes sobrevivían a otras. Ahora vemos que hay corrientes de cambio más complejas y nuevas tendencias por oleadas que toman incluso una escala global.

Por un lado, hay una serie de cambios a gran escala que no deberíamos ignorar. Con el crecimiento exponencial de plataformas de streamings como Twitch llega el desembarco oficial de Amazon en la propiedad de las grandes redes, además de un giro a la cultura del stream que cambiará mucho la forma de comunicar y crear contenido.

Con el auge de TikTok se marca el fin del monopolio occidental sobre las “redes globales”. Siempre han existido grandes redes no occidentales como WeChat (China) o VK (Rusia), pero TikTok es la primera que se vuelve un furor por todo el globo y que encima lo hace penetrando en entornos sociales, generaciones o grupos a los que no llega Facebook o Twitter. Por otro lado, veo una tendencia que privilegia lo que te permita expresar tu ser público desde la intimidad, lo que da una apariencia de comunicación directa, instantánea, y “sin mediaciones”. Twitch y Discord son los dos ejemplos más claros, pero incluso en redes sociales que tenían otros enfoques se puede apreciar esta tendencia.

P. Bueno, claro, es lo que vemos ahora por ejemplo con los ‘stories’, ¿no? Que ya los ha metido hasta Spotify o Twitter. Para intentar sumarse a esta nueva ola, supongo.

R. Sobre todo porque hay una competición entre las grandes corporaciones digitales por nuestra atención y nuestros datos. Si pierdes la primera, pierdes la segunda y tu negocio deja de tener sentido. Esta es la guerra permanente que las mueve y se refleja muy bien en cómo ha evolucionado por ejemplo Instagram. Las ‘stories’ no eran parte integral de su idea sino el reclamo de Snapchat, Instagram se las apropió y ahora tienen más alcance y reclamo que las propias fotos del feed. Con TikTok se repite la jugada, ante el crecimiento fugaz de TikTok, Instagram ha reaccionado a la desesperada con su clon “Reels”. Quienes tienen grandes intereses en mantener sus cuentas de instagram para no empezar de cero les seguirán la corriente, pero parece que no va a salirles tan bien esta vez.

Detrás de las los a la innovación y el talento sólo hay una competición carnívora fundada sobre la monitorización de nuestros comportamientos digitales. Se pelean entre sí por el control de nuestra atención, se pelean con sus ingenieros informáticos por no sabernos hacer más adictos a notificaciones y se pelearán con cualquier organismo al que le preocupe que se puede hacer con nuestros datos cuando no hay transparencia ni leyes justas… Es una industria voraz y sin restricciones.

P. Pero, entonces, ¿que ahora crezcan más las redes más privadas, más directas y hasta agresivas quiere decir que ahora tendemos más a exponer nuestra intimidad o ser más directos a través de internet?

R. En parte sí, pero es todo el producto de cambios más complejos. Allá donde prima el sentido comunitario, no hay lugar para la idea de individuo desligado de la comunidad o de su territorio, y eso lo vemos en las generaciones de nuestros mayores. Sin embargo, en nuestras sociedades desarraigadas, líquidas o anómicas, la cosa cambia… en un desorden de sociedad marcada por la competitividad, las redes presentan un abanico de promesas muy sugerentes para “ser” algo más. Entre otras formas, a través de cederles cada vez más espacios de nuestra privacidad para transformarlos en un escenario de lo que uno querría ser “a ojos de los demás”. Convertimos el espejo del baño en una pista de baile, el escritorio en un centro de conferencias y nuestros avatares en una extensión de nuestra personalidad.

Utilizamos las redes ansiosamente como eso que Foucault llamaba las “tecnologías del yo” y cada vez concedemos más espacios a su mediación, ya no solo para entender o transformar el mundo sino para pensarnos y transformarnos a nosotros mismos. Bajamos complejisimas aplicaciones de “time management” para cumplir los propósitos y rutinas que abandonamos, buscamos filtros con los que camuflar los ángulos que menos nos gustan de nuestro rostro, pensamos y repensamos como escribir un tuit… las tecnologías median la forma en la que construimos nuestra identidad, igual que ya condiciona esferas sociales tan importantes como la de la familia, la religión, la cultura, la educación…

P. Al final todos esos entornos están claramente afectados por las redes sociales. Solo hay que pensar en los grupos de WhatsApp familiares.

R. Claro. La familia es un lugar muy interesante para pensar hasta qué punto se han “remediatizado” nuestras relaciones. Si antes el epicentro la familia como institución estaba en la mesa del comedor ahora está en el grupo de WhatsApp. Las redes sociales cambian nuestra forma de socializar a todos los niveles, las huellas de esa “remediatización” de nuestras relaciones sociales son a veces escalofrientes.

Hasta las instituciones religiosas a las que prejuzgamos de vivir ancladas en el pasado están adaptándose a ritmos vertiginosos. La fé de cientos millones de creyentes del mundo ya no tiene su epicentro único en el espacio físico del templo, sino que está mediada profundamente por las nuevas tecnologías. Basta echar un ojo a la influencers apostólicos de TikTok, el furor digital en torno al trap evangelista en países como Puerto Rico o los nuevos videojuegos que se hacen sobre figuras religiosas como las de Moises.

P. ¿Y esa forma de intervenir en sociedad no ha evolucionado también con el paso de los años y de las redes siendo cada vez más transparentes o incluso exponiendo más toda nuestra intimidad?

R. Lo que está claro es que ha transformado radicalmente lo que entendíamos por “espacio público”. El espacio público digital es casi omnipresente y jamás abandona ese estado de ebullición permanente. No es lo mismo que nuestras identidades se construyan en lugares como nuestro centro de estudio, nuestro lugar de trabajo o nuestras relaciones comunitarias en la plaza del pueblo o los bares que en un espacio digital mediado por lógicas, temporalidades y exigencias de nuevo cuño.

En la pandemia, claro, todo se ha exacerbado. La portada de New Yorker con una chica tomándose un cóctel frente la pantalla de su ordenador en un cuarto patas arriba es bastante gráfica de esa forma caótica en la que se ha roto lo público y lo privado a través de la madiación digital. Y pasa lo mismo hasta con nuestros propios cuerpos, que miramos y presentamos cada vez más a través de nuestros filtros de referencia, nuestros ángulos predilectos para la cámara frontal del móvil.

Durante la pandemia, la compra de bibliotecas de cartón para poner de fondo en ‘zooms’ y otras videoconferencias se ha disparado. La idea me parece bastante cutre pero muy sintomática: al final, como en los fondos que elegimos para nuestro zoom, nuestra “extimidad” virtual acaba siendo una escenificación intimista de lo que queremos ser a ojos de los demás. Los trastornos de ansiedad digital, estrés y disforia que están sufriendo miles de jóvenes de nuestro país están muy marcados por este cambio de fondo. Los adolescentes corren un gran riesgo de acabar depredados por las redes sociales con fenómenos tan agresivos como el acoso digital en una época de gran inseguridad.

P. ¿Esto no nos encamina también a comerciar cada vez más con nuestra imagen y nuestra intimidad, convertirlo en un negocio?

R. En la medida en la que la “influencia” o la “posición” en redes son entendidas como nuevos capitales sociales podemos decir que sí. Otra cosa es que el papel de este capital sea tan duradero o importante como se celebra o se cree.

Sobre todo en la generación Z, ante un mercado laboral roto, se va instalando un trastorno compulsivo y obsesivo con las redes sociales como espacio de autopromoción y posicionamiento público para acumular ese tipo de capital. De facto para lo que está sirviendo es para autoculpar de no hacer lo suficiente en este carnaval de las redes sociales para poder triunfar, cuando los problemas van mucho más allá y tiene que ver con dónde has nacido, el acceso que has tenido a la educación, a los círculos de poder, la raza, el género o la estructura social…

P. ¿Le damos entonces demasiada importancia a las redes sociales?

R. En general sí. Yo hablo mucho de la teoría del náufrago. Durante mucho tiempo creímos que las redes sociales y las nuevas tecnologías estaban equipadas para solucionar los grandes problemas de nuestras sociedades. Nos creímos que nos darían increíbles fórmulas para una mayor participación democrática, un acceso inmediato y universal a la información, una forma de sortear la censura y la represión, una vía para la comunicación global e inmediata, etc.

Parte de esto está ya en duda, es cierto, pero en vez de asumir en qué grado hemos sido engañados o hemos pecados de ingenuidad, creo que seguimos ensimismados y frustrados esperando al menos los cascotes de las cosas que habíamos decidido soñar.

P. Para terminar quería preguntarte por un artículo que aparecía hace unos días, y que creo que está relacionado con esto. En él se hablaba de que nos encontramos frustrados porque nuestros mundos cada vez son más complejos y grandes y somos incapaces de entenderlos o tomar el control. No sé cómo lo ves, más aún después de la pandemia.

R. El profesor Carlos Fernández Barbudo lo trata bastante cuando habla del Espacio Público Digital y de lo importante que es para una comunidad tener un lugar de reconocimiento común en el que al menos compartir experiencias que remotamente sean comunes. El problema del llamado EPD, el que nos encontramos en la red, es que creemos que es un entorno hiperconectado globalmente, inmediato y en el que todos tratamos con todos igualmente, pero en realidad este terreno conectado está híper fragmentado y cada grupo o generación se comunica y relaciona de formas diferentes y con sus propios códigos, ayudados por los algoritmos que fomentan esta fragmentación.

Esto, claro, provoca una situación de separación, de confusión y ruido y acaba en cámaras de eco distorsionadas. Y bueno ya vemos que el resultado final es que tiende hacia la polarización y la división social con problemas democráticos graves.

Vía | El Confidencial

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